A veces creo que en muchas personas hay una lucha silenciosa entre su sensibilidad más humana y la superficialidad que el mundo les exige. Quieren sentir, pero temen hacerlo; quieren ser ellos mismos, pero terminan rindiéndose a la aprobación de los demás, como si esa mirada externa fuese más segura que la propia conciencia. He visto cómo, detrás de esa coraza, aparece gente frágil, con miedo, que por un instante se abre… y enseguida retrocede, buscando refugio en el aplauso fácil, en la máscara conocida.
Prefieren el elogio a su belleza, sus lujos o su elegancia antes que mostrar un corazón desnudo, inseguro y dispuesto a ser herido. Quizás mis experiencias me hicieron demasiado sensible, pero no puedo dejar de notar cuando alguien deja caer esa defensa, aunque sea solo un segundo. Ese momento es como una grieta en la coraza: breve, frágil, pero suficiente para dejar ver algo verdadero. Y valoro esa grieta más que cualquier apariencia; y todavía más a quien logra, contra todo, aprender a vivir sin máscara.Creo que esa misma coraza, con el tiempo, puede llegar a cegar. Quien la lleva termina tan ocupado en sostenerla que parece caminar sin ver más allá de sí mismo, y en ese intento de protegerse, a veces no advierte que también puede herir a los demás.
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