No sabía del mundo,
solo el viento lo rozaba.
Sus pasos eran sombra,
y su pecho, una jaula cerrada.
No conocía el lenguaje
ni el calor de una mirada,
vivía como el silencio
que nadie nombra ni llama.
Pero una tarde, temblando,
se dejó tocar el alma.
Mis dedos rozaron su miedo
y en su pupila… brotó el alba.
Me miró como si el amor
fuera una estrella recién inventada.
Y en ese instante, lo supe:
algo en él despertaba.
Desde entonces me seguía
como sigue el río al agua,
como si su pecho al fin
hubiera aprendido a latir sin coraza.
No pedía, no exigía,
solo rozaba mis piernas con el cuerpo
y dejaba en mi piel
su gratitud callada.
Era pequeño, errante,
nacido sin promesa ni casa,
pero dentro de aquel cuerpo
vivía un alma noble,
una criatura alada,
que al conocer el amor
nació por segunda vez
en mi patio, en mi calma,
y ronroneaba
como si al fin
el mundo
tuviera sentido.
Raúl Hidalgo N. 2025
Comentarios
Publicar un comentario