Esta noche fría, de silencios tensos,
me encuentra vencido, sin más armadura.
La semana ha sido un abismo inmenso,
de esas que quiebran incluso la ternura.
Aura lo sabe. Se acuesta en mi pecho,
su cuerpo de sombra, su ronroneo fiel.
No dice palabras, no juzga el despecho,
sólo entiende el alma que duele en mi piel.
Una muerte sin cuerpo dejó cicatriz:
un adiós al trabajo, al lugar que era mío,
a esos años de risa, de rutina feliz,
que el tiempo borró como trazo en el río.
Y luego tú, que alguna vez moviste
mi corazón con locura verdadera,
en quien vi un alma noble que encendiste
como faro de luz en noche entera.
Te escribí sin rencor, con el alma en la mano,
sin pedir cercanía, sin hacerte reclamo.
Sólo quise dejarte un gesto sincero,
pensé que merecías algo verdadero.
No pedí respuesta, ni una voz que consuele,
sólo un adiós limpio, sin que nada duela.
No quise herir, ni dejar la puerta abierta,
pero fue su ego el que apuñaló mi alma abierta.
Y no tuve tiempo para el duelo justo,
todo llegó junto, sin pausa ni aliento.
La vida se hundía en un torbellino augusto,
y mi pecho era mar sin barca ni viento.
Pero Aura lo sabe, y eso basta por hoy.
Me busca sin prisa, sin miedo, sin ruido.
Se acurruca en mi pena, sin decir quién soy,
como si entendiera todo lo que he perdido.
Sus ojos de sombra son faros pequeños
que alumbran la costa del alma vencida.
Ella me cuida, sin juicios, sin sueños,
sólo con amor…
y eso me salva la vida.
Rául Hidalgo, 2025
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